Bienaventurada
la esperanza en un nuevo año que es un día en las manos abiertas.
CLARICE BARICCO
Repito por pura alegría de vivir:
la salvación llega a través del riesgo,
sin el cual la vida no vale la pena.
Feliz año nuevo.
Clarice Lispector
¿Qué es un año en una hoja en blanco? ¿Puede caber
un año? ¿Qué se hace con lo que no se cuenta por pudor o por guardarlo en esa
memoria que, en un instante, puede olvidarlo todo? ¿Cómo elegir lo que sí se
debe escribir y lo que se debe enterrar? ¿Acaso la miseria no debe mostrarse?
¿Y si quiero mostrar la belleza de la adversidad y la fealdad de la
abundancia?
¿Qué es un año en una hoja doblada? ¿Volveré a ver
cómo el viento se lleva mis palabras y las deja colgadas en los árboles que no
me pertenecen? Todo podría irse a una tumba desconocida. O todo podría germinar
en el vientre de una muchacha extranjera.
Yo soy una repetición constante en cada hoja en
blanco, un olvido y una entrega en un sobre no cerrado. ¿A quién podría
importarle un año mío, un año más en una hoja en blanco que puedo convertir en
barquito o papalote?
Tengo un año más de memoria. Podría contar día por
día. No, no es cierto. No podría contar los días intrascendentes, pero podría
revisar mi agenda y ver que en tal día no pasó nada. O quizá sí, pudo pasar una
mosca o una abeja o una hormiga. O pude haber olvidado anotar lo más importante
y olvidar en qué día y a qué hora sucedió. Pero, ¿debo contar lo que sucedió
con mi corazón?
Un año, un año, un año. Lo escribo tres veces
seguidas. Fue tan
corto, tan pequeño, tan veloz, tan… tan.
Me gustó 2013. Pero a mí me gustan todos los años.
Ninguno es malo, ninguno es bueno. ¿Entonces? ¿Quiénes somos los buenos y
quiénes los malos? ¿Y los indiferentes y ausentes? Me gustó este año por algo
importante e íntimo: reconocerme en el espejo ajeno. Y mirar un yo lejano.
Aprendí que de nada sirve tener una abundancia
extrema, inesperada y saber que con facilidad se puede lograr cumplir los
sueños, esos que nombramos imposibles, que de nada sirve si la abundancia llega
junto con la adversidad. Porque el dinero no tiene tanto poder para salvar a la
adversidad. Entonces, aprendí que la abundancia alegró mi corazón, pero la paz
tuve que buscarla en otro camino. Y cuesta y me sigue costando.
Pero me gustó el año 2013 porque logré vivir cada
día intensamente. Sí, tuve de todo, lo que todos tenemos o padecemos. Contar
agobios, enfermedades, muertes, como contar discos, libros o películas. Fue
bonito vivir con lo que escuché de la gente. Toda; la célebre y la desconocida.
También: darme cuenta de que no quiero terminar con una vejez patética. Quiero
ser un árbol lleno de gozo aunque mis ramas estén frágiles. Cuidar mi cuerpo,
cuidarlo para saber que me aprecio y, sobre todo, cuidar mi alma. Y entender en
la mirada de mi perra callejera, que el alma es más que un nombre. Porque dicen
que ya me gané el cielo por arropar a una perra callejera. Debe ser hermoso
ganarse un cielo. A lo mejor en el cielo ganado pueda encontrar a mis muertos,
a los que extraño y necesito tanto. O, quizá, también pueda encontrar a todos
aquellos que quisieron tocar mi rostro y no se atrevieron. Pero aquí en la
Tierra y en todos los muros, están los amigos y la leña siempre permanece
ardiendo. Y la familia, ese nido que no nos tocó elegir, pero nacimos en él y
tarde o temprano, el nido nos recuerda lo que fuimos y lo que ya no
seremos.
¿Acaso ya me gané el cielo de mis hojas en blanco?
Cuando me doy cuenta que escribo y escribo y escribo y finalmente no escribo
nada. Nada que a nadie, excepto a mí, le importe dejar por escrito: muchas
gracias, 2013.
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