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domingo, 31 de agosto de 2014

POESIA MEXICANA

Jaime Sabines
Este autor, al igual que tantos poetas, no es muy conocido sin embargo presenta una calidad incuestionable. 
Jaime Sabines

Jaime Sabines Gutiérrez fue un querido y respetado poeta y político mexicano, nacido en Tuxtla Gutiérrez el 25 de marzo de 1926 y fallecido en Ciudad de México el 19 de marzo de 1999. Su padre, Julio Sabines, fue uno de los responsables de su amor por la poesía, y probablemente de su personalidad sencilla y accesible, una de las razones de su éxito en vida. A los 19 años comenzó a estudiar medicina, para darse cuenta poco tiempo después de que su lugar estaba en la Literatura. Resulta curioso que tanto su esposa como sus cuatro hijos tuvieran nombres que comenzaban con "j", inicial del nombre de su padre, así como del suyo propio y el de sus tres hermanos.
            Como escritor fue muy productivo; si bien difundió su poesía desde los 18 años, con  "Hora", su primer poemario, comenzó en 1950 una serie de publicaciones que culminaría pocos años antes de su muerte. Sabines reconoció la importancia del estudio técnico para su evolución como escritor, para encontrar su propia personalidad, sin dejar de inspirarse en Neruda o Lorca, entre sus otras fuertes influencias. Su amor por su padre quedó plasmado en un poema que el mismo autor consideró su mejor obra, 




¡Qué risueño contacto!


¡Qué risueño contacto el de tus ojos, 
ligeros como palomas asustadas a la orilla 
del agua! 
!Qué rápido contacto el de tus ojos 
con mi mirada! 

¿Quién eres tú? !Qué importa! 
A pesar de ti misma, 
hay en tus ojos una breve palabra 
enigmática. 
No quiero saberla. Me gustas 
mirándome de lado, escondida, asustada. 
Así puedo pensar que huyes de algo, 
de mí o de ti, de nada, 
de esas tentaciones que dicen que persiguen 
a la mujer casada.




Te quiero a las diez de la mañana

Te quiero a las diez de la mañana, y a las once,
y a las doce del día. Te quiero con toda mi alma y
con todo mi cuerpo, a veces, en las tardes de lluvia.
Pero a las dos de la tarde, o a las tres, cuando me
pongo a pensar en nosotros dos, y tú piensas en la
comida o en el trabajo diario, o en las diversiones
que no tienes, me pongo a odiarte sordamente, con
la mitad del odio que guardo para mí.



Luego vuelvo a quererte, cuando nos acostamos y
siento que estás hecha para mí, que de algún modo
me lo dicen tu rodilla y tu vientre, que mis manos
me convencen de ello, y que no hay otro lugar en
donde yo me venga, a donde yo vaya, mejor que tu
cuerpo. Tu vienes toda entera a mi encuentro, y
los dos desaparecemos un instante, nos metemos
en la boca de Dios, hasta que yo te digo que tengo
hambre o sueño.
Todos los días te quiero y te odio irremediablemente.
Y hay días también, hay horas, en que no
te conozco, en que me eres ajena como la mujer
de otro, Me preocupan los hombres, me preocupo
yo, me distraen mis penas. Es probable que no piense
en ti durante mucho tiempo. Ya ves ¿Quién
podría quererte menos que yo amor mío?


Jaime Sabines

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