BARCAROLA
PABLO NERUDA
UN POCO DE BELLA POESIA
Si solamente me tocaras el corazón,
si solamente pusieras tu boca en mi corazón,
tu fina boca, tus dientes,
si pusieras tu lengua como una flecha
roja
allí donde mi corazón polvoriento golpea,
si soplaras en mi corazón, cerca del
mar, llorando,
sonaría con un ruido oscuro, con sonido
de ruedas de tren con sueño,
como aguas vacilantes,
como el otoño en hojas,
como sangre,
con un ruido de llamas húmedas quemando
el cielo,
sonando como sueños o ramas o lluvias,
o bocinas de puerto triste;
si tú soplaras en mi corazón, cerca del
mar,
como un fantasma blanco,
al borde de la espuma,
en mitad del viento,
como un fantasma desencadenado, a la
orilla del mar, llorando.
Como ausencia
extendida, como campana súbita,
el mar
reparte el sonido del corazón,
lloviendo,
atardeciendo, en una costa sola,
la noche cae
sin duda,
y su lúgubre
azul de estandarte en naufragio
se puebla de
planetas de plata enronquecida.
Y suena el
corazón como un caracol agrio,
llama, oh
mar, oh lamento, oh derretido espanto
esparcido en
desgracias y olas desvencijadas:
de lo sonoro
el mar acusa
sus sombras
recostadas, sus amapolas verdes.
Si existieras
de pronto, en una costa lúgubre,
rodeada por
el día muerto,
frente a una
nueva noche,
llena de olas,
y soplaras en
mi corazón de miedo frío,
soplaras en
la sangre sola de mi corazón,
soplaras en
su movimiento de paloma con llamas,
sonarían sus
negras sílabas de sangre,
crecerían sus
incesantes aguas rojas,
y sonaría,
sonaría a sombras,
sonaría como
la muerte,
llamaría como
un tubo lleno de viento o llanto
o una botella
echando espanto a borbotones.
Así es, y los
relámpagos cubrirían tus trenzas
y la lluvia
entraría por tus ojos abiertos
a preparar el
llanto que sordamente encierras,
y las alas
negras del mar girarían en torno
de ti, con
grandes garras, y graznidos, y vuelos.
¿Quieres ser
fantasma que sople, solitario,
cerca del mar
su estéril, triste instrumento?
Si solamente
llamaras,
su prolongado
són, su maléfico pito,
su orden de
olas heridas,
alguien
vendría acaso,
alguien
vendría,
desde las
cimas de las islas, desde el fondo rojo del mar,
alguien
vendría, alguien vendría.
Alguien vendría,
sopla con furia,
que suene
como sirena de barco roto,
como lamento,
como un
relincho en medio de la espuma y la sangre,
como un agua
feroz mordiéndose y sonando.
En la
estación marina
su caracol de
sombra circula como un grito,
los pájaros
del mar lo desestiman y huyen,
sus listas de
sonido, sus lúgubres barrotes
se levantan a
orillas del océano solo.
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