El niño
travieso
Un cuento
de Hans Christian andersen
Érase una vez un anciano poeta, muy bueno y muy viejo. Un atardecer,
cuando estaba en casa, el tiempo se puso muy malo, fuera llovía a cántaros,
pero el anciano se encontraba muy a gusto en su cuarto, sentado junto a la
estufa, en la que ardía un buen fuego y se asaban manzanas.
-
Ni un pelo de la
ropa les quedará seco a los los infelices que este temporal haya pillado fuera
de casa – dijo, pues era un poeta de muy buenos sentimientos.
-
¡Ábrame! ¡Tengo
frío y estoy empapado! – gritó un niño desde fuera y llamaba a la puerta
llorando, mientras la lluvia caía furiosa, y el viento hacía temblar todas las
ventanas.
-
¡Pobrecillo! –
dijo el viejo, abriendo la puerta. Estaba ante ella un rapazuelo completamente
desnudo; el agua le chorreaba de los largos rizos rubios. Tiritaba de frío, de
no hallar refugio, seguramente habría sucumbido, víctima de la inclemencia del
tiempo.
-
¡Pobre pequeño! –
exclamó el compasivo poeta, cogiéndolo de la mano. - ¡Ven conmigo, que te
calentaré! Voy a darte vino y una manzana, porque eres tan precioso.
-
Y lo era, en
efecto. Sus ojos parecían dos límpidas estrellas, y sus largos y ensortijados bucles eran como de oro puro, aun estando empapados. Era un verdadero
angelito, pero estaba pálido de frío y tiritaba con todo su cuerpo. Sostenía en
la mano un arco magnífico, pero estropeado por la lluvia; con la humedad, los
colores de sus flechas se habían borrado y mezclado unos con otros.
-
¡Eres un rapaz
alegre! – dijo el viejo - ¿Cómo te llamas?
-
Me llamo Amor –
respondió el pequeño - ¿No me conoces? Ahí está mi arco, con el que disparo,
puedes creerme. Mira, ya ha vuelto el buen tiempo, y la luna brilla.
- Pero tienes el arco estropeado. – observó el
anciano.
- ¡Mala cosa sería! – exclamó el chiquillo, y
recogiéndolo del suelo, lo examinó con atención. -¡Bah!ya se ha secado; no le
ha pasado nada; la cuerda está bien tensa. ¡Voy a prepararlo! – Tensó el arco,
pozole una flecha y, apuntando, disparó certero, atravesando el corazón del
buen poeta - ¡Ya que mi arco no está estropeado! – dijo, y, con una carcajada,
se marchó. ¡Habíase visto un chiquillo más malo! ¡Disparar así contra el viejo
poeta, que lo había acogido en la caliente habitación, se había mostrado tan
bueno con él y le había dado tan exquisito vino y sus mejores manzanas!
El buen señor yacía en el suelo, llorando realmente
le habían herido en el corazón.
-
¡Oh, qué niño tan
pérfido es ese Amor! Se lo contaré a todos los chiquillos buenos, para que
estén precavidos y no jueguen con él, pues procurará causarles algún daño.
¿ Todos los niños y niñas buenos a quienes contó lo
sucedido se pusieron en guardia contra las tretas de Amor, pero éste continuó
haciendo de las suyas, pues realmente es de la piel del diablo. Cuando los
estudiantes salen de sus clases, él marcha a su lado, con un libro debajo del
brazo y vestido con levita negra. No lo reconocen y lo cogen del brazo,
creyendo que es también un estudiante, y entonces él les clava una flecha en el
pecho. Cuando las muchachas vienen de escuchar al señor cura y han recibido ya la
confirmación él las sigue también. Sí, siempre va detrás de la gente. En el
teatro se sienta en la gran araña, y echa llamas para que las personas crean
que es una lámpara, pero ¡quizá!, demasiado tarde descubren ellas su error.
Corre por los jardines y en torno a las murallas. Sí un día hirió en el corazón
a tu padre y a tu madre. Pregúntaselo, verás lo que te dicen. Créeme, es un
chiquillo muy travieso este Amor; nunca queras tratos con él, acecha a todo el
mundo. Piensa que un día disparó, una flecha hasta a tu anciana abuela; pero de
eso hace mucho tiempo. Ya pasó, pero ella no lo olvida. ¡Caramba con este
diablillo de Amor! Pero ahora ya lo conoces y sabes lo malo que es.
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