MERCEDES DE VELLILA
La soledad voy buscando,
y yo no puedo encontrarla:
en mi soledad más grande
siempre el dolor me acompaña.
Con la risa de mis labios
voy ocultando mis penas;
porque he visto que en el mundo
nadie al que sufre se acerca.
Mi nombre escribí en la arena,
y lo borraron las olas:
¿serán de arena las almas
donde el cariño se borra?
Voy andando, voy andando,
y atrás los ojos volviendo;
que no he de volver a hallarme
lo que en el camino dejo.
Dicen que la vida es sueño,
y todos quieren soñar:
sueño yo cosas tan tristes,
que quisiera despertar.
Mis pensamientos son nubes,
y mi corazón es hielo;
mis penas son tempestades,
por que es mi vida el invierno.
Yo no quisiera cantar,
y llorar tampoco quiero,
y el que no canta ni llora
es que vive como muerto.
¡Aquí escribió juramentos
y promesas escribió!
¡Lo que conserva un papel
se borra de un corazón!
Por no perder la costumbre
voy a escribir una copla;
que una copla es la compaña
del alma que vive sola.
En el mar de la esperanza
eché la red del cariño,
y la saqué cargadita
de desengaños y olvido.
Ya no cantaré más coplas,
si no las quieres oír;
que es razón que mis penitas
queden sólo para mí.
VIDA Y
OBRA
Mercedes
de Velilla y Rodríguez (Sevilla, 24 de septiembre de 1852 - Camas, 12 de agosto
de 1918), fue una ensayista, dramaturga y poetisa y una de las escritoras más
representativas del movimiento literario de Andalucía en la segunda mitad del
siglo XIX.
Mercedes
de Velilla y Rodríguez nació en
Sevilla el 24 de septiembre de 1852 en el seno
de una familia con gran vocación literaria. De hecho, casi todos los miembros de
su familia escribían, especialmente poesía, como su madre María Dolores
Rodríguez, su hermana Felisa pero y sobre todo su Hermano José de Velilla, uno
de los dramaturgos más fecundos de la segunda mitad del siglo XIX sevillano.
Una de
las primeras reseñas en vida de Velilla, se la debemos a la escritora Amantina
Cobos de Villalobos. La siguiente, fundamental para conocer la vida de
Mercedes, se halla en el prólogo de Luis Montoto (amigo de la familia Velilla y
a la sazón cronista oficial de la ciudad hispalense) en el libro póstumo de
Velilla publicado por acuerdo del Ayuntamiento de Sevilla,.Su infancia y
adolescencia en la casa familiar de la calle Manteros fue seguramente la época
más feliz de su vida. Como
escribe Montoto, “era su casa, su casita de calle Manteros, el punto de reunión
de los jóvenes que amaban las letras y las cultivanban en Sevilla”. Jóvenes como Cano y Cueto, Rodríguez Marín, Juan Antonio Cavestany o
el propio Luis Montoto, encontraban en la casa de los Velilla, al que llamaban
“el parnaso”, el espacio indulgente para la creación en el que bebía la pequeña
Mercedes.
“A lo diez años” dice Cobos de Villalobos “leyó algunas
composiciones ante escogido auditorio, y desde entonces se reveló como poetisa
genial y de altos vuelos, no obstante su natural modestia, que hice fuera
llamada por uno de sus biógrafos, <<la violeta del Betis>>”. Es muy conocida la anécdota que recoge Montoto, cuando Abelardo López
de Ayala necesitó conocer en persona a la adolescente Mercedes para cercionarse
que los versos que tanto le habían agradado provenían de una joven y no de dama
cargada de años y experiencia. Pero lo más revelador es la preguntaba, retórica si se quiere, que se
hacía el prologuísta “¿Cuál no sería su asombro al saber que la poetisa era una
joven sin otros estudios que los que cursan en academias y colegios las niñas
españolas?”. La anécdota de López de Ayala concluye con una exclamación del
poeta “Verdaderamente esta niña es un prodigio”, pero a través de ella se
constata la dificultad de las mujeres españolas de su época para recibir una
educación de calidad que les permitiera la independencia económica y la
autonomía vital.
Tras
colaborar con diferentes publicaciones periódicas, la mayoría orientadas a las
mujeres y ganar el premio de honor de la Exposición Bético-Extremeña (1872),
con veintiún años (1873) publicó su primer y único libro de poemas “Ráfagas”.
En los
primeros años de su juventud trabó amistad con la también sevillana Concepción
de Estevarena, poeta que a pesar de la cortedad de su vida, dejó una obra
fundamental en la producción literaria femenina del siglo XIX. Amistad fraguada en la existencia
de dos mujeres unidas por la misma experiencia vital: “doloroso éxodo de su
existencia” definió Cobos de Villalobos la vida de Estevarena; “busquemos, por
tanto, en sus versos los latidos de un corazón apenado” dejó escrito Montoto de
la vida de Velilla. Pero la abrupta y temprana
muerte de Estevarena, fallecida em Jaca de tuberculosis (1877), privó a Velilla
de un apoyo fundamental.
La despedida de Estevarena en la estación del ferrocarril
el ocho de octubre de 1875 por parte de sus amigos, quedó recogida tanto por la
pluma de José de Velilla como por la de Montoto. Este último la recordaba así
más de cuarenta años después: “Un día, su compañera inseparable, la ardiente
poetisa Concepción de Estevarena, por brutal despojo de la muerte, partió a
tierras remotas en busca del techo hospitalario y del pan que le ofrecían unos
parientes lejanos. Algo del corazón de Mercedes partió con la gentil cantora”.
Algunos autores se extrañan de la ausencia de amores
conocidos de Mercedes de Velilla a pesar de su reiteración en la obra poética,
hasta el punto de constatar: “Tampoco en cuestiones de amor fue afortunada. Santiago (sic) Montoto no se refiere a esta parcela de su vida, pero
sus poemas amorosos no son un juego poético ni un divertimento en torno a un
tema tradicional, aunque sí nos informa de que atravesó sola todas estas desgracias”.
Pero Montoto reitera a lo largo de su prólogo en “Poesías”, el cariño y afecto
entre Velilla y Estevarena al punto de incluir entre los recuerdos más bellos
en la vida de la poeta a su hogar familiar de la calle Manteros, a sus padres,
su hermano José “y a la amiga del corazón, rosa espléndida en los jardines de
Sevilla, flor de nieve entre los hielos del Norte”.
El 17 de febrero de 1876, estrenó en el teatro Cervantes
de Sevilla, la obra “El vencedor de sí mismo”, cuadro dramático en un acto y en
verso, que había escrito animada por Pedro Delgado, conocido actor de la época
y amigo de su hermano José, que interpretó el personaje de Garci Pérez de
Vargas. En la edición de esta obra le dedica la misma a
Delgado con estas palabras: “A usted, que me animó con sus palabras y a quien
debo mis primeros laureles dramáticos, dedico este humilde ensayo, pagando así,
del modo que puedo, la deuda de gratitud con usted contraída”.
El 23
de abril de ese año, La Real Academia de las Buenas Letras de Sevilla, le
otorgó el primer premio en el concurso organizado con ocasión de la efeméride
de Miguel de Cervantes. Posiblemente se trate del texto que se conserva en La Real
Academia Española con ese nombre, fechado en 1874.
A
partir de esta época, la publicación de su obra se va haciendo más esporádica,
hasta casi desaparecer, cuando fallece su padre (1877), y más tarde su hermano
(1904), que le obligan a cuidar de su madre y de su hermana enferma. La falta del sostén familiar le
lleva a vivir un destino de estrecheces económicas que Montoto describe así: “Se
hundió la casa, y sobre sus ruinas se alzó la pobreza con su lúgubre cortejo de
apremios, esquiveces e ingratitudes”. Solo la intermediación de sus amigos,
Montoto entre otros, ante el ayuntamiento de la ciudad que le asignó una
pensión de cien pesetas mensuales para dedicarse a investigaciones literarias,
le evitó vivir una vejez de penalidades (Amantina Cobos de Villalobos: 1917).
El ayuntamiento de su ciudad también le distinguiría con la rotulación de una
calle con su nombre en el centro de la ciudad.
En los últimos años de su vida se dedicó también a
vindicar la figura literaria de su hermano José de Velilla. Gracias a esta labor, el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas
Artes, a petición de Mercedes y tras informe favorable de La Real Academia
Española, adquirió 188 ejemplares de la obra “Poesías Líricas” con poemas del
dramaturgo, con destino a las bibliotecas públicas.
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