BREVE RELATO DE LA HISTORIA DE SATYAVAN Y SAVITRI
(GENTILEZA DE SAT)
MITOLOGIA HINDU
Esta historia es muy antigua y pertenece a la mitología india.
Has de saber que esta historia son tres
historias: la de aquí, la de allá y la tercera que reunió a las otras dos.
¿Entiendes? Si no lo entiendes ya lo
entenderás.
La historia de aquí cuenta que hubo un rey
noble y poderoso llamado el Dios de los Elefantes. Como su única pena era no
haber podido tener hijos pidió a la diosa Savitri que tuviera piedad de él y le
concediera un hijo o una hija que para el caso daba lo mismo, porque lo que él
quería era descendencia.
La buena diosa escuchó su ruego y la reina
dio a luz la niña más hermosa y perfecta que darse pueda y, en honor a la buena
diosa le pusieron por nombre Savitri. Siendo un regalo divino, la princesita
creció tan bella, sabia, perfecta y buena como la misma diosa. Pero siendo tan
maravillosa en todo, cuando llegó la hora de buscarle un esposo, ningún
principe se juzgó digno de ella. Entonces Savitri le dijo a su padre:
-Permíteme ir yo en busca de esposo.
El rey le dio su permiso y Savitri partió
en busca de marido.
La historia de allá cuenta, por su parte,
que en otro reino había un rey noble y sabio llamado Dyumatsena, quien tuvo la
desgracia de quedar ciego. Un pariente envidioso, aprovechándose de ello le
arrebató su trono y el monarca hubo de huir con su esposa y su hijo, para
salvar sus vidas. En un espeso bosque se creyó a salvo, se construyó una cabaña
y, feliz de haber salvado a los que amaba, comenzó a rehacer su vida. El hijo
se llamaba Satyavan y era una bendición en la miseria. En cuanto tuvo edad se
dedicó a leñador y con eso ganaba el sustento de los suyos.
Y ahora viene la tercera historia que reúne
a las otras dos historias.
Buscando y buscando llegó Savitri a ese
bosque y sus pasos la llevaron hasta la mísera cabaña de Dyumatsena. El rey
ciego y su esposa la acogieron con ternura, le dieron de comer y le ofrecieron
un lecho de ramas para que descansara. Y no bien Savitri se había recostado,
cuando llegó Satyavan. Debo decirte, que no te lo dije, no hubo antes ni habrá
mozo más gallardo, más varonil, mas hermoso que Satyavan. Savitri, al verlo,
comprendió que él era el esposo que buscaba.
Muy contenta regresó a su palacio y anunció
a su padre que había encontrado al que debía ser su esposo, al amado de su
alma.
Cuando estaba diciendo esto apareció un
Rishi, protector del reino, miró tristemente a la princesita y moviendo la
cabeza dijo:
-Mal elegiste, Savitri. Satyavana no es un
leñador. Es un príncipe valeroso, noble y bueno. Pero está escrito en su
destino que, si se casa, morirá al completarse un año de boda.
El rey Dios de los Elefantes se angustió al
oírlo y trató de convencer a su hija de buscar otro esposo.
Pero Savitri respondió:
-Sea su vida corta o larga, sea para bien o
para mal, yo lo he escogido por esposo y a él le pertenezco.
El Rishi le dió su bendición y el rey hubo
de acompañar a su hija a la cabaña del bosque y así se casaron Savitri y
Satyavan.
No hubo gente más dichosa en el vasto mundo
que los moradores de la pobre cabaña del bosque, porque Savitri se comportó
como se comporta la buena esposa de un pobre leñador, ayudando en todo y
aliviando el trabajo de la reina destronada. Pero en su corazón enamorado iba
contando los días, guardando para sí su tristeza. Y llegó el día fatal en que
se cumplía un año de la boda.
Esa mañana pidió a su esposo que le
permitiera acompañarlo en sus faenas de leñador. Y cuando Satyavan se hallaba cortando
un árbol, Savitri vio, de pronto, a un ser feísimo y aterrador que traía una
red entre sus manos y se detenía junto a Satyavan. Savitri le preguntó quién
era y el ser le repuso:
-Yo soy Yama, el Señor de la Muerte, y
vengo por tu esposo.
Así diciendo y haciendo sacó el alma del
cuerpo de Satyavan, la metió en la red, se la echó al hombro y partió. Savitri,
sin inmutarse, comenzó a caminar detrás de él.
-Desiste, Savitri. Regresa y ocúpate de los
ritos funerarios-dijo Yama, deteniéndose-. No puedes seguirme.
-¡Cómo!-respondió Savitri-. La Ley Eterna
que nos ha sido dada estipula como una obligación que la esposa debe seguir a
su esposo donde quiera que éste vaya. Supongo que siendo tú quien eres no me
inducirás a desobedecer la Ley Sagrada.
Yama la miró sorprendido y algo
desconcertado.
-Bien, es cierto, pero en esto no puedes
seguirlo. En verdad que eres excepcional, Savitri, no sólo has podido verme
sino que osas seguirme. Por eso pídeme lo que quieras, menos la vida de tu
esposo y lo que pidas te será concedido.
Savitri pidió que devolviera la vista al
rey Dyumatsena, y Yama se lo concedió en el acto, prosiguiendo su camino. Pero
cuál no sería su asombro al escuchar los pasos de Savitri detrás de él.
Muy molesto, volvió a detenerse y con el
ceño fruncido le espetó:
-De seguro que quieres pedirme algo más. Te
concederé otro deseo siempre que no sea la vida de tu esposo.
Savitri le pidió, entonces, que el rey
Dyumatsena recuperase su trono.
-Concedido, concedido y ahora lárgate ya de
mi lado-bufó Yama, apresurando su paso para recuperar el tiempo perdido en
estas majaderías de Savitri.
Pero, detrás de él, continuó la tenaz
princesa.
Iban llegando al espantoso abismo que
separa la vida de la muerte y Yama escuchaba a Savitri caminar detrás suyo. Y
aunque era Yama, el Señor de la Muerte, comenzó a sentirse desazonado, ya que
jamás le había ocurrido algo igual.
-Pide el último deseo, mujer testaruda
-bramó-, pero ahora deberás pedir algo para ti, sólo para ti, ¿me entiendes?, y
que no sea la vida de tu esposo.
Savitri le pidió entonces tener cien hijos,
sanos, bellos, sabios, poderosos y afortunados. Y Yama se lo concedió
desesperado, pues lo único que ahora deseaba era verse libre de Savitri.
-Los tendrás, y ahora déjame solo porque ya
no puedes seguirme -agregó mostrándole el espantoso abismo.
Savitri se echó a llorar amargamente.
-Mas... ¿por qué lloras ahora, endiablada
mujer? -gritó Yama ya en el colmo de la exasperación.
-¿Que por qué lloro, me preguntas? -sollozó
Savitri en un mar de lágrimas-. Porque te has burlado de mí. Y no es propio de
un Inmortal burlarse una mísera mortal. ¿Qué dirá el Supremo Parabrahman?, ¿qué
dirán los otros dioses cuando lo sepan, cuando se enteren de tu burla?
-¿Que yo... me he burlado de ti? -gritó
Yama en el colmo del pasmo.
-Sí, sí -gimió Savitri, retorciendo las
manos-. Me has concedido tener cien hijos y... ¿cómo podré tenerlos si me
quitas a mi esposo?... ¿Acaso soy una flor que liban las abejas y la polinizan?
¿Acaso soy una ramera que se une a cualquier hombre? Te has burlado cruelmente
de mí, pérfido Yama, y eso no es justo.
Recién entonces Yama cayó en la cuenta de
la trampa tendida por Savitri y reconociendo el ingenio de la joven y el
atolladero en que lo había metido, soltó la red y devolvió el alma a su dueño.
Después desapareció riendo en el abismo.
Savitri regresó al lugar donde dejara a
Satyavan, quien de nada se había dado cuenta, salvo de haber dormido
profundamente. Juntos regresaron a la cabaña, donde fueron recibidos con gritos
de alegría porque el rey Dyumatsena había recuperado la vista. Y mientras se
abrazaban, dando gracias a los dioses, escucharon música de pífanos y trompetas
y tambores y timbales. Pronto apareció un grupo de príncipes y embajadores para
anunciar al rey que el malvado usurpador había muerto y el pueblo reclamaba su
verdadero Señor, el rey Dyumatsena.
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